martes, 8 de marzo de 2011

Capítulo IX

-¿Qué te parece la mujer de las Leyendas de Bécquer?
Helena apoyó la cara en la mano y miró por la ventana en gesto pensativo.
–Quizás, si tomamos como ejemplo a heroínas románticas como Leonor o Inés, parece una contraposición.
Álvaro sonrió ante estas palabras, satisfecho.
-¿Por qué?-preguntó.
-Porque Inés, por ejemplo, al igual que la mayoría de las principales mujeres de los dramas románticos, es como la personificación de un ángel. Es más, se deja explícito en “¿no es verdad ángel de amor / que en esta apartada orilla / más pura la luna brilla / y se respira mejor?”. Sin embargo, las mujeres de las leyendas de Bécquer son casi diabólicas.
-¿Casi?
Helena rio.
-Bueno, si me permite la expresión, son unas malas pécoras.
Álvaro correspondió la risa con una carcajada que intentó apagar ya que estaban en la biblioteca.
-Si te das cuenta, es, con ciertos matices, la asimilación del carácter diabólico del héroe romántico por parte de la mujer.
-O sea, una especie de intercambio de papeles.
-Exacto. ¿Por qué crees que estos personajes atraían tanto?
-Por… ¿el ideal romántico de la mujer imposible?
-Magnífico. Verás, Bécquer tiene una rima que lo expresa muy bien:

“Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión,
de ansia de goces mi alma está llena.
¿A mí me buscas?
No es a ti, no.
Mi frente es pálida, mis trenzas de oro,
puedo brindarte dichas sin fin.
Yo de ternura guardo un tesoro.
¿A mí me llamas?
No, no es a ti.
Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz.
Soy incorpórea, soy intangible,
no puedo amarte. “


-Oh ven, ven tú-acabó diciendo Álvaro para sí- Es increíble la fascinación que ejercen en los hombres las mujeres que nunca podrán tener.
Alzó la mirada y se encontró con la de Helena, a quien sonrió. La muchacha bajó la vista hacia el libro que había entre ambos, sintiendo cómo se ruborizaba ligeramente.
Al cabo de un rato, Álvaro volvió a hablar.
-¿Crees que podríamos cambiar el orden de las dos primeras estrofas?
-Mmm… no.
-¿Por qué?
-Porque es casi platónico.
Álvaro abrió los ojos en señal de sorpresa.
-Bueno… yo me refería a que es una especie de gradación de la mujer que menos desearía un romántico hasta su ideal, pero lo cierto es que eso de Platón me ha sorprendido.
-Me refiero al hecho de las tres mujeres. El tres… siempre está el tres, ya estamos hablando de personajes o incluso de capítulos principales en el Lazarillo.
-Pero no entiendo qué tiene que ver con Platón.
-Dese cuenta de que, en su República, Platón dijo que la población habría de dividirse en campesinos, guerreros y filósofos.
-Sí, más o menos.
-El caso es que los campesinos, el escalafón más bajo, estaban dominados por su estómago. Estaban el deseo y la pasión.
-Y la morena es “el símbolo de la pasión”.
-Sí. Luego está la rubia, que es la ternura personificada. ¿Y dónde habitan la ternura y el amor según nuestra tradición literaria?
-En el corazón-dijo Álvaro- que era, precisamente, lo que dominaba a los guerreros de la República platónica.
-Y, por último, lo intangible.
-Y lo intangible sólo puede ser percibido por la mente.
-¡Como los filósofos! –concluyó Helena con entusiasmo al ver que Álvaro había entendido su teoría- ¿Cree usted que Bécquer leyó algo de Platón?
-Seguramente –contestó Álvaro- Pero lo cierto es que, aunque Bécquer hubiese utilizado una base platónica en su rima, su concepto de amor difiere bastante del de Platón. Al fin y al cabo, como me dijo una vez mi profesor de filosofía, don Carlos, el amor platónico es la fundamentación de una pretensión.
En ese momento, la puerta de la biblioteca se abrió y entró Victoria. Helena alzó una mano para llamarla y después se volvió de nuevo hacia Álvaro.
-Me tengo que ir-dijo con pena- Es que tenemos cena…
-¿Ambas? -preguntó con una sonrisa para tratar de animarla.
-Sí. En casa de los padres de los chicos del otro día.
Álvaro alzó una ceja y sonrió enigmáticamente. A Helena le pareció un gesto casi socarrón.
-¿Cena familiar?
-No, no-se apresuró a contestar Helena- Mi padre y el de Marcial trabajan juntos.
-Vaya, ¿su padre trabaja en el ministerio?
-Sí. Es secretario de educación.
Álvaro se volvió hacia el libro y lo recogió con las cejas arqueadas.
-Vaya-dijo simplemente.
Helena no supo interpretar ese gesto, pero Victoria acababa de llegar, por lo que se giró hacia ella.
-Buenas tardes, don Álvaro-saludó la chica.
-Buenas tardes, Victoria.
Aprovechando que su profesor se había vuelto, Victoria le preguntó a su amiga, por gestos, que qué hacía con el profesor en la biblioteca, pero Helena simplemente se encogió de hombros y se levantó.
-Bueno, don Álvaro, nos vamos.
-Ha sido una tarde agradable. Nos vemos el lunes.
-Hasta el lunes-contestaron las dos amigas al unísono.
Cuando se dieron la vuelta, les llegó un susurro de Álvaro que les decía “pásenlo bien en la cena familiar”.
Helena se volvió hacia él y vio que estaba guardando las cosas en su cartera con una media sonrisa pícara. La chica negó con la cabeza y se unió a Victoria dando un suspiro.

* * *

Llegaron puntuales a casa de los Ramos. Victoria y Remedios estaban sumamente entusiasmadas, pero Helena parecía caminar hacia el patíbulo.
-Hombre, José, buenas noches-dijo Ramos al abrirles la puerta con una cálida sonrisa.
-Buenas noches, señor Ramos. ¿Cómo está usted?
-¡Pero no me llames de usted! ¡Que somos casi de la familia!
Helena arqueó una ceja y miró halaizada* al señor Ramos a causa de sus palabras.
-Remedios, ¿le importa que la tutee?
-Por supuestísimo que no, señor Ramos -respondió la madre de Helena con una mirada de evidente emoción y satisfacción.
-Marcial, llámame Marcial, Remedios-corrigió el señor Ramos con una sonrisa. Después se volvió hacia Helena y Victoria- ¡pero mira a quién tengo aquí! ¡Helenita!, cada día estás más bonita. ¿Me vas a presentar a tu amiguita?
Helena sintió un escalofrío ante la tremenda cacofonía que había producido tanta terminación en “ita”.
-Claro... Ella es Victoria. Victoria, él es el señor Ramos...
-¡Marcial, Helenita! ¡Llámame Marcial!
-Señor... No sé si sería correcto...
-¡Cómo no va a serlo!-exclamó Ramos con un tono ligeramente contrariado.
-Pues... porque usted es una persona a la que debo respeto y...
-Pero que me llames por mi nombre no quiere decir que no me lo tengas. ¡Si te conozco desde que eras un bebé! Además-se volvió y señaló con una mano a su hijo y a su sobrino, quienes estaban a su espalda mirando a Helena con una sonrisa algo socarrona-, las amigas de mis hijos, sobre todo si son amigas tan especiales, ¡son como mis hijas!
Helena estuvo a punto de abrir los ojos desmesuradamente ante la clara insinuación de una posible relación entre ella y alguno de los individuos que la miraban con sorna, pero se contuvo a duras penas. Carraspeó ligeramente y trató de contener las agrias palabras que luchaban por salir de su boca.
-Sí, señor-contestó en un murmuro-. Entonces... Marcial, ésta es Victoria. Victoria, él es el padre de Marcial y tío de Ernesto.
Victoria y Ramos se saludaron con dos besos.
-Pareces una buena chica-comentó el señor Ramos.
Victoria recibió las palabras como si se tratasen de la loa más hermosa.
-Gracias, señor -respondió en un leve susurro con las mejillas coloradas.
-Bueno, ¿por qué no os vais al despacho? -dijo Ramos separándose de Victoria- Seguro que allí los jóvenes estáis más tranquilos.
-Claro. -respondió su hijo. Después se dirigió a las chicas-Venid por aquí.
Las dos amigas siguieron a Marcial y a su primo y llegaron a una sala donde había estanterías con libros, un escritorio lleno de papeles con el membrete del ministerio y un sofá. En el suelo había una alfombra granate y, sobre las paredes, algunos cuadros, un par de diplomas, una imagen de Franco y, bajo ésta, una pequeña bandera de España con el águila negra.
-¿Qué tal, Victoria? ¿Cómo estás?-preguntó Marcial a la muchacha, dándole un beso en la mejilla.
-Muy bien, gracias, ¿y tú? –le correspondió con una sonrisa.
-Ahora, estupendamente.
Ernesto se sentó al lado de Helena y se quedó mirandola fijamente, haciendo que ésta lo mirara también.
-He estado mejor y ni se te ocurra- se adelantó la joven para no dar tiempo a que Ernesto imitara a su primo.
El chico abrió la boca y aspiró aire, al parecer dispuesto a añadir algo, pero pareció pensárselo mejor, esbozó una sonrisa indiferente y sacudió la cabeza.
-¿Hoy también vienes con las uñas fuera?-dijo.
Helena arqueó una ceja.
-Creo que no soy un gato.
Ernesto sonrió con picardía.
-Pues tienes los ojos igual de bonitos.
-Vaya, menudo piropo. ¿Alguno más?
El joven se echó hacia atrás en el sillón y adoptó un gesto pensativo.
-Sí... También tienes los labios tan bonitos como el color de las rosas.
Helena apretó los labios para no soltar una carcajada.
-Oh... Qué original. Lees mucho a Garcilaso, ¿verdad?
Marcial puso cara de desconcierto y abrió la boca para replicar, pero, para alegría de Helena, al poco rato la voz de Mercedes, la mujer de Ramos, desde el salón les llamó para cenar.
La mesa estaba llena de platos y comida que, según la mujer, llevaba todo el día preparando. El señor Ramos había descorchado varias botellas de vino y se hallaba brindando con José, entre graves risas, y Mercedes y Remedios estaban terminando de servir la cena mientras la pequeña Anita terminaba de colocar los cubiertos).
Los jóvenes se sentaron en la misma ala de la mesa. Para desgracia de Helena, se tuvo que sentar al lado de Ernesto, viendo cómo su tío le guiñaba un ojo. La joven se limitó a la resignación y el disimulo para que no se le notara la repugnancia que le causaba aquel gesto.
Bendijeron la mesa como era costumbre, pero Helena, con las manos cruzadas delante de ella y los ojos cerrados, lejos de prestar atención a las palabras del señor Ramos, pensaba con curiosidad en si su profesor de gramática bendecía la mesa. Luego trató de imaginárselo, pero la escena le resultó tan cómica que estuvo a punto de reír.
Un comunitario “amén” la sorprendió preguntándose si su profesor tendría familia y si estaría cenando con ellos en aquellos precisos instantes, así que se unió a la palabra -que tan vacía le parecía, pero, qué le iba a hacer, era costumbre- y se santiguó ligeramente más tarde que el resto de la mesa.
La cena comenzó y, tal y como ella había esperado, las conversaciones fueron un calco de las de su última cena familiar, con el ligero añadido de un Marcial donjuanesco, una Victoria coqueta y un Ernesto insoportablemente lerdo. Remedios y Mercedes intercambiaban los últimos cotilleos de no sé qué cantante con no se cuál torero, las mejores recetas de cocina y lo magnífica que era -”¡mire usted!”- la lavadora. La conversación entre su padre y el señor Ramos le parecía algo más interesante, a pesar de que los politiqueos nunca habían sido de su agrado, pero últimamente la situación de su país le inquietaba bastante, aunque sabía que su fuente de información -su padre- no era del todo objetiva.
Los jóvenes charlaban sobre cosas triviales en las que Helena no intervino en casi ninguna ocasión. Ernesto hizo más de un intento de entablar una conversación con ella, pero a medida que pasaba la noche se iba atreviendo menos.
-Qué callada estás, ¿no, Helenita? –dijo el señor Ramos dirigiéndose a ella- ¿No te estarás aburriendo?
-No, no, señor Ramos – se apresuró a contestar- sólo es que estoy cansada. No se preocupe.
-Claro, eso de estudiar e ir a la universidad debe de ser agotador para una mujer, ¿verdad?
Helena no supo qué decir; durante unos segundos permaneció en silencio, ante la atenta mirada de todos y la de su padre, inquisitivo.
-Supongo, señor…- terminó por decir, agachando la cabeza, para dar fin a aquella desagradable escena.
-¡Claro que sí! ¿Tú qué piensas, Victoria?
-Bueno, yo, eh…claro, yo hago Filología por entretenerme, ya sabe- Helena le dirigió la mirada, perpleja- en realidad, lo que yo quiero es ser una buena esposa y madre de mis hijos.
-Eso es lo que tenéis que hacer y no tanto estudio-masculló el padre de Helena.
-Bueno, yo creo- intervino Ernesto- que Helenita sería tan buena filóloga como ama de casa- con la excusa de la apelación, posó su mano sobre la pierna de Helena por debajo de la mesa, haciendo que ésta pegase un respingo
El brusco movimiento de Helena hizo que golpease la mesa con la rodilla y derramase la copa de vino sobre su vestido.
-¡Ay!-exclamó levantándose.
-¡Helena! ¡Hija! ¿Pero qué has hecho?-dijo su madre mirando la mancha con disgusto.
Helena le lanzó una mirada furibunda a Ernesto, quien la observaba con diversión, y se sintió tentada a gritarle cuatro verdades, pero se mordió la lengua e intentó limpiar el vino.
-Vaya...-masculló con furia contenida.
-Ven a la cocina-dijo Mercedes, levantándose-, que eso se arregla con un poco de sifón.
-Tranquila-dijo Helena-. No se moleste, ya voy yo. Usted siga cenando.
-No pasa nada.
-En serio... No quisiera molestar. Prosigan con su cena, que yo no tardo nada-luego se volvió hacia su amiga-. Victoria, ¿me acompañas?
-Sí, claro.
Una vez en la cocina, Victoria cogió la botella del sifón, que estaba sobre la encimera y se acercó a Helena, quien la observaba con gesto hosco.
-¿Qué pasa?-murmuró asustada.
-¡A ti qué narices te pasa!-exclamó Helena entre susurros.
-¿Cómo?
-¿A qué viene eso de que haces la carrera por diversión?
-Pues... Bueno, hija, era un decir...
-¡Qué decir ni qué ocho cuartos!
-¡Ay! Helena...
Victoria echó algo de sifón en el vestido de su amiga y lo frotó mientras Helena mascullaba entre dientes.
-Eres increíble...
-¡Solo quiero caerles bien!
-¡Y para eso hace falta cargarse los progresos de la mujer!
-¡No hace falta desmadrar tanto las cosas!
-¡Qué desmadrar ni qué desmadrar!
En ese momento, Ernesto entró a la cocina. Helena le dirigió una mirada fría como el hielo mientras le quitaba el trapo de las manos a Victoria.
-Te asustas con demasiada facilidad, ¿no crees?-dijo con media sonrisa sarcástica.
-Y tú eres un sobón, ¿no crees?-lo imitó Helena.
-Por dios, mujer, hay que ver cómo te pones por una tonteriíta de nada.
-¿Tonteriíta? ¿¡Tonteriíta!?-exclamó Helena con furia-. Mira, como vuelvas a tocarme te aseguro que lo que ocurrió en Babel se quedará corto.
-¡Bueno, bueno!-rio el chico poniendo las manos en alto, claramente divertido-. Cómo estamos hoy...
Helena lo fulminó con la mirada y volvió a la mancha de su vestido, que comenzaba a aclararse ligeramente.
-Vaya... Así que al final no vas mala ama de casa-comentó Ernesto sentándose sobre la encimera.
Helena hizo oídos sordos.
-Claro que sí-dijo Victoria, como queriendo aliviar la tensión-. Ella...
-Calla, Vico-gruñó Helena.
-¿Qué pasa? ¿También te molesta que te alabe?-preguntó Ernesto.
-Podrías alabar otra cosa que no fuese mi habilidad para limpiar.
-Podría alabar muchas cosas, pero supongo que no sería muy decente.
Aquellas palabras habían encendido la parte feminista de Helena. Sin decir nada más, colocó el sifón en su sitio. Estuvo de espaldas unos segundos, breve momento en el que Victoria y Ernesto cruzaban miradas de duda.
-A ver si alabas esto con la misma gracia- con la mayor tranquilidad del mundo, le tiró a Ernesto un vaso lleno de agua, empapándole la cara y la camisa. Ante las miradas de incredulidad de ambos, salió de la cocina, con la cabeza bien alta.



*Halaizado: reverso arlesco. Según R.A.E.: Estupefacto, sorprendido. A.R.L.E.(Asociación Revolucionaria de la Lengua Española, 2010).